Comentario
Capítulo LXXIV
De cómo Saire Topa bajó a la Ciudad de los Reyes y dio la obediencia a su majestad, y de su muerte
Muerto, como hecho dicho, Manco Ynga Yupanqui, le sucedió en el cargo de Ynga Sairetopa Ynga Yupanqui, su hijo, aunque ya todo su mando y señorío se contenía en la provincia de Vilcabamba y en los indios y orejones que con él estaban, porque cada día los españoles habían ido tomando más fuerza y poder, y se habían ido aposesionando del Reino, de suerte que estaba el Ynga retirado en aquel rincón, falto de fuerzas y autoridad, contentándose con aquella poca tierra que le habían dejado, más por su aspereza que por voluntad, y acudían a él los chunchos, indios de la otra parte del río grande, dicho comúnmente Marañón, y de otras provincias que hasta ahora se tiene dellas poca noticia entre los españoles. Desta manera, sin tomar el gobierno en sí, estuvo Sayretopa debajo de la tutela de Ato, orejón.
En este tiempo sucedieron aquellas famosas guerras que se levantaron entre los españoles, originadas de las nuevas ordenanzas que Su Majestad el Emperador nuestro señor hizo para este reino del Pirú y el de Nueva España, a instancia de Don Fr. Bartolomé de las Casas, religioso del Orden de Santo Domingo, obispo de Chiapa. Varón apostólico, acérrimo defensor de la libertad de estos indios, en cuyo amparo y protección se ocupó muchos años, mostrando en España los agravios que de los españoles y encomenderos recibían, la insolencia y tiranía con que eran mandados y hollados, la codicia y ambición con que eran defraudados de sus haciendas, el menosprecio con que eran tratados, como si fueran animales fieros de los bosques, y el gran impedimento que con estas cosas y desafueros ponían los gobernadores y señores de los repartimientos a la promulgación del Santo Evangelio y a la doctrina y enseñanza de estos miserables, como si no fueran hechos a la imagen y semejanza de Dios y no fueran comprados con la sangre del cordero inocentísimo. Así hizo un libro donde pone millones de sucesos acontecidos en este reino, nunca vistos ni oídos entre bárbaros, todos enderezados a sacar dinero, oro y plata -y más oro y más plata- sin que pudieran hartar la codicia de los españoles los montes, si oro y plata se tornaran. Defiende con vivas y teológicas razones no ser estos indios tan bárbaros como los hacían, que algunos hubo que se atrevieron. a poner en plática no ser verdaderos hombres, que desta suerte los infamaban los que querín apoderarse de sus haciendas y quitarles y privarles del verdadero dominio dellas. Finalmente, mediante su santo celo e infatigable diligencia pudo tanto que se hicieron por el Emperador Nuestro Señor unas ordenanzas nuevas, santísimas y convenientísimas al bien, aumento y conversión de estos naturales de este reino, a la ejecución de las cuales envió a Blasco Núñez Vela, caballero natural de Ávila, con título de virrey de este reino, y envió audiencia real para autoridad dél y defensa de los pobres que estaban oprimidos, ensalzamiento de la justicia, que andaba hollada y abatida, y ninguna cosa menos se conocía en este reino.
Puso el virrey Blasco Núñez Vela en ejecución las nuevas ordenanzas, alborotóse el reino, y como eran para reprimir la insolencia de tantos hombres ricos y poderosos, levantados y ensoberbecidos con la suma y abundancia de oro y plata, no quisieron obedecerlas ni sufrir el yugo de la ley, fundada en buena razón. Levantóse Gonzalo Pizarro en el Cuzco, donde estaba, con ánimo de irse a Castilla, con quinientos mil pesos que tenía. Con título de procurador fue a Lima y de allí a Quito, donde dando batalla al bueno y leal virrey, le venció y quitó la cabeza, poniéndola en el rollo por algún tiempo por trofeo de su lealtad. Vino de España el presidente Pedro de la Gasca, sosegó el Pirú, venciendo a Gonzalo Pizarro en Sacsa Huana, cuatro leguas del Cuzco, por el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, y degollándole, apaciguó la tierra. Volviéndose a España, pensando que quedaba quieta y pacífica.
Resucitaron nuevos alborotos, nacidos de la ambición desordenada y codicia de muchos malcontentos, porque no se les venía harto el deseo insaciable que tenían en darles repartimientos ricos, que aunque todo el reino le dieran a cada uno, no fuera suficiente a henchir la medida de su apetito desordenado. Vino a este reino por virrey don Antonio de Mendoza, habiendo gobernado en Nueva España. Llevóselo Dios al mejor tiempo, para mayor castigo de este reino. Alzóse en la ciudad de la Plata, en la provincia de los charcas, don Sebastián de Castilla, y dentro de pocos días los mismos que le movieron e incitaron a ello le mataron. Alzóse Francisco Hernández Girón en el Cuzco, al principio con buenos sucesos, últimamente siendo desbaratado por el campo del Rey en Pucara, gobernado por los oidores, fue preso en Xauxa por el capitán Tello y Serna, con la gente de Guánuco, y ajusticiado en Lima. Acabadas las tiranías y sediciones que levantaban los malcontentos, todas estas cosas llevo de paso por estar un libro dellos impreso, y aquí sólo ser mi intención tratar de los Ingas.
En este tiempo envió Su Majestad por virrey de este reino a don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, al cual, viendo ya el Pirú pacífico y los ánimos más quietos, trató de atraer a Sayre Topa a la obediencia de Su Majestad y allanar aquella provincia de Vilcabamba, para que en ella se predicase el Evangelio y redujesen al gremio de la Iglesia católica a los indios della. Y para ello envió por mensajeros a Diego Hernández, marido de doña Beatriz Quispi Quispi Coya, hija de Huaina Capac, y a Joan Sierra y Alonso Xuárez y otros, rogándole que saliese de paz y viniese a dar la obediencia a Su Majestad. Al tiempo que ellos fueron, como se refiere en la Corónica del Pirú, no había recibido la borla Sayre Topa, y así no dio respuesta hasta recibirla, y aun para tener tiempo de ver si la embajada era con buena intención. Saneado della puso el negocio en consulta de sus capitanes. Después de muchos acuerdos y pareceres, y con tradiciones que le hicieron los hechiceros que consigo tenía y de la tibieza que algunos suyos mostraron, se determinó de salir y venir a la Ciudad de los Reyes, y así lo puso por obra, con trescientos indios principales, caciques, y orejones, y capitanes, y trajo consigo una hermana suya llamada Cusi Huarcay, y entró en la Ciudad de los Reyes, donde el Marqués de Cañete lo recibió haciéndole mucha honra. Habiendo estado algunos días, hizo dejación de la acción y derecho que a este reino podía tener en su Majestad el Emperador Nuestro Señor, y el Marqués de Cañete, en su nombre, le hizo merced para su sustento de los indios y repartimiento que habían sido de Francisco Hernández Girón, que rentaban diez y siete mil pesos ensayados.
Habiendo estado algunos días en Lima se volvió Sayretopa al Cuzco, donde los indios de Chinchay Suyo y Colla Cuyo le recibieron por Ynga, porque así lo había mandado el marqués de Cañete, y que trajese borla y anduviese en andas, como habían andado todos sus antecesores. También lo obedecieron los orejones, así de Anan Cuzco como de Urin Cuzco, como a quien representaba la persona de Huaina Capac, su abuelo. Todos los españoles le querían y respetaban, llamándole Ynga, y allí se bautizó Sayretopa y su hermana Cusi Huarcay, porque el marqués de Cañete lo envió a decir a Bautista Muñoz, corregidor que a la sazón era de la ciudad del Cuzco, que los hiciese bautizar, y de muy buena gana consintieron en ello. En el bautismo se puso Sayretopa nombre don Diego de Mendoza, por amor del virrey, y su hermana se llamó doña María Manrique. Y bautizados se trató de casarlos aunque eran hermanos, por haber sido costumbre inviolable guardada entre los Yngas de casarse con sus hermanas, para que el hijo que le sucediese en el reino fuese hijo de Ynga y de Coya, por parte de padre y de madre de sangre real. Así dicen que el obispo de aquella ciudad, don Joan Solano, dispensó con ellos para el matrimonio, otros, que el Arzobispo de la Ciudad de los Reyes, don Hierónimo de Loaysa, varón docto y eminente, de gran prudencia y gobierno, dispensó por autoridad y comisión apostólica de julio tercero, Pontífice máximo. Aunque en semejantes despensaciones hay grandísima dificultad, cierto es que hubo dispensa o se hizo con autoridad y comisión de el Sumo Pontífice. Del matrimonio procrearon a doña Beatriz Clara Coya, hija legítima dellos, que andando el tiempo vino a ser mujer de Martín García de Loyola, caballero del hábito de Calatrava y capitán de la guardia del Virrey don Francisco de Toledo.
Habiéndose bautizado y contraído matrimonio Sayre Topa y su hermana, fue desgraciado, que la fortuna no le dejó gozar la quietud y paz que tenía en el Cuzco, entre los suyos mucho tiempo, porque sólo vivió un año. Dicen que Chilche Cañar, cacique de Yucay, lo mató con ponzoña, por el cual delito estuvo un año preso en el Cuzco, y al fin se escapó, no habiéndosele averiguado nada al tiempo de su muerte. Sayre Topa hizo testamento, y en él declaró por sucesor en el Señorío a Topa Amaro, su hermano, que estaba en Vilcabamba, hijo legítimo de Manco Inga, su padre. Habiéndose sabido en Vilcabamba la muerte de Sayre Topa, como dejaba a su hermano Topa Amaro por sucesor como a legítimo; Cusi Tito Yupanqui, hermano suyo bastardo, hijo de Manco Ynga, como fuese mayor de edad, que Amaru Topa era mozo, le quitó las andas y el mando y se introdujo en el señorío, y con intención de que su hijo le sucediese, a Tupa Amaro le hizo sacerdote y le mandó estuviese en guarda del cuerpo de su padre en Vilcabamba, donde estaba encerrado Manco Ynga. Así lo estuvo hasta cuando diremos. De un admirable suceso que a este Príncipe Saire le sucedió, se dirá también en el capítulo noventa y tres.